Qué egoísta de su parte si quisiera que solo se lo haga a una sola piel. Después de un lapso extendido e inicuo de ausencia, él está ahí, dispuesto a escurrir su cuerpo de forma colectiva sobre aquella carne impura.
Comienza por su rostro, acaricia sus mejillas y humedece sus labios. El placer de tocar su cuello provoca una pasión torrencial dentro de él y cuando llega a sus senos, el intervalo de dicha tentación con la de seguir se convierte en una traviesa odisea. El hecho de no desvestirla lo hace más entretenido así que llanamente recorre su cintura y caderas con oscilación. La